Basándonos en las evidencias que ofrece la
ciencia, la Tierra está en agonía. Bien lo redactó António Guterres, secretario
general de las Naciones Unidas, en el prólogo del informe Hacer las paces con la naturaleza, publicado por ese organismo en
2021: “la humanidad ha declarado la guerra a la naturaleza”.
Y hay motivos para pensar en que es así: según
ese documento, los avances económicos, tecnológicos y sociales han conducido
también a una reducción de la capacidad de la Tierra para sustentar el
bienestar humano actual y futuro. En los últimos cincuenta años la población
mundial se duplicó: hoy sobrepasamos los 8.000 millones de seres humanos que
dependemos, en gran medida, del suministro de recursos naturales para realizar
nuestras actividades cotidianas.
Nos acercamos de forma peligrosa a los límites
que en 2015 se definieron en el Acuerdo de París para contener el calentamiento
global. Según la ONU, al ritmo actual este alcanzará los 1,5º C en 2040, aunque
puede ser antes. Si ya estamos padeciendo modificaciones en las zonas
climáticas, cambios en los patrones de precipitaciones o lluvias, derretimiento
de las capas de hielo y de los glaciares, ¿qué ocurrirá cuando alcancemos ese
techo?
Pese a que el panorama luce poco claro, aún
hay esperanza y todos podemos aportar para retrasar los efectos de este
fenómeno. Por ejemplo, ¿sabías que cada uno de nosotros, con nuestras
actividades cotidianas genera emisiones de gases de efecto invernadero (GEI),
que son los mayores contaminantes y causantes del cambio climático? Pues se
estima que cada habitante en el planeta aporta 14,6 toneladas de CO2 al año.
Para que tengas una medida, una tonelada de
este elemento equivale a poco más de lo que emite un vehículo normal durante un
año.
La ONU estima que para que la temperatura del
planeta no supere el 1,5º C, necesitamos que ese promedio baje a 2,5 toneladas
de CO2 por año. Difícil, pero se puede. ¿Cómo? Estas son algunas de
las acciones que este organismo nos sugiere:
